En el contexto argentino, en las temporadas de cosecha circulan miles de trabajadorxs estacionales en diversas regiones del país. Desde estas movilidades se hilvanan territorios distantes, se construyen trayectorias personales y familiares y se nutren historias de despojos y precariedad.
En marzo del 2020 el establecimiento del Aislamiento social, preventivo y obligatorio (Decreto 297/2020) implicó para trabajadorxs “norteños” quedar inmovilizados en chacras y fincas -en provincias como Río Negro y Mendoza- en las que se desarrollaba el período de mayor concentración de mano de obra para la cosecha de frutas y hortalizas. La consigna del Estado Nacional expresada en el “#Quedateencasa”, demuestra que lo que para algunxs supuso una cuarentena segura, un confinamiento temporal, para otrxs se trató de un destino: quedar in-movilizados a más de 1000 kilómetros de sus lugares de origen ¿Qué implicó entonces para lxs trabajadorxs rurales este aislamiento? ¿Cómo quedaron a la vista con más crudeza las marcas de la precariedad laboral, la invisibilidad y la desprotección de miles de trabajadorxs que garantizan la provisión de frutas y verduras a lo largo del país?
La conformación de mercados de trabajo segregados en los espacios rurales y su relación con la movilidad de trabajadorxs estacionales ha sido ampliamente abordada por los estudios rurales y del trabajo en la Argentina, y se vincula con tendencias en las que las desigualdades se expresan en la informalidad laboral como un rasgo estructural y generalizado. En palabras de Salvia, Fachal y Robles, esta problemática ha afectado “no solo el bienestar de los trabajadores y de sus familias, sino también las capacidades de desarrollo económico. En el primer caso, el problema se asocia con los bajos ingresos y la falta de protección social” (2018: 114). Como podemos advertir desde los aportes provenientes de diferentes investigaciones sociales, se observa cómo históricamente los mercados de trabajo rurales de Argentina se caracterizaron por estar conformados por trabajadorxs estacionales o temporales, con empleos precarios y organizados en territorios que incluyen áreas distantes, vinculadas a través de enganchadores, transportistas, cooperativas de trabajo y redes familiares y de vecindad (Benencia y Aparicio, 2014). Estas formas de contratación y circulación de mano de obra construyen trayectorias laborales y migratorias alrededor de actividades tales como la citricultura, la vendimia, la fruticultura, la producción yerbatera, tabacalera, la forestación o la zafra de la caña de azúcar (Trpin y Pizarro, 2017).
En particular, las migraciones estacionales con origen en provincias del noroeste argentino: Jujuy, Salta, Santiago del Estero y Tucumán, se reconocen por lo menos desde la década del sesenta (Sabalain y Reboratti, 1982) desplegándose como una opción ventajosa ante el desempleo, el subempleo y a las condiciones adversas de existencia en la región (Bendini, Steimbreger y Radonich, 2011). Comprender estos movimientos como una estrategia de reproducción social para las familias conduce a dar cuenta de una historia de despojos, de enajenación de bienes, recursos y también de relaciones que fueron desestructuradas. Una historia que aparece como la contracara de la penetración del capitalismo agrario y la “civilización” en los territorios de campesinos criollos e indígenas. Inclusive, a partir de las últimas décadas del siglo xx, algunas de estas zonas han experimentado el avance de la frontera agropecuaria. Un proceso que algunos presentaron como “desarrollo”, progreso y modernización pero que significó para buena parte de los habitantes un deterioro de sus condiciones de vida (Manzanal, 2010). En ese contexto lxs trabajadorxs “norteñxs”, quienes cargan con las marcas de historias de despojo y violencias ponen en juego un “saber circular” (Tarrius, 2000) que les permite movilizarse en búsqueda de empleo, ingresos y esperanzas.
El aislamiento lxs encontró en dos regiones en particular: la zona cuyana -empleándose principalmente en la cosecha de uva y otras frutas- y el Alto Valle y Valle Medio de Río Negro -realizando la recolección de peras y manzanas-. En ambos casos, se trata de economías regionales que han surcado procesos de reconversión productiva para insertarse en los mercados globalizados. Estas transformaciones se han sustentado sobre la profundización del trabajo asalariado y de la inseguridad laboral como producto de la desregulación de los mercados de mano de obra. En este marco, se ha recurrido a la categoría de “agricultura flexible” para remarcar la combinación entre flexibilidad productiva y uso de trabajo precario (Bendini y Lara Flores, 2007).
Esta tensión se visibilizó con contundencia durante la cuarentena, ya que el aislamiento social, preventivo y obligatorio se produjo en el momento de mayor actividad dentro de estas economías regionales, por lo que en el caso de Mendoza, el Gobierno Provincial solicitó exceptuar la cosecha, que quedó contemplada dentro del rubro agropecuario, permitiendo así que lxs cosechadorxs continuaran trabajando en medio de la pandemia. Aun cuando el vino no constituye un artículo de primera necesidad, el argumento esgrimido fue que la suspensión de esta actividad implicaría pérdidas totales en el contexto de una economía regional que exhibe rasgos de estancamiento desde hace varios años.
La rapidez y eficacia en las gestiones para atender la situación de los viticultores mendocinos, contrastó semanas más tarde, con la ausencia de medidas e intervenciones para atender a lxs cosechadorxs que ahora intentaban retornar a sus provincias. En este marco, familias completas quedaron abandonadas a su suerte por varios días en la terminal del Sol y otras tantas en los campos de cultivo, sin posibilidad de obtener los permisos de circulación otorgados por los gobiernos provinciales y el estado nacional.
Este particular escenario posibilitó la visibilización de lxs trabajadorxs y sus familias, que generalmente no son nombradxs ya que mantienen, al decir de Bendini, Steimbreger y Radonich (2009), una opacidad histórica en el contexto regional. Hacía falta que toda la población quedara recluida en sus hogares para que finalmente estxs trabajadorxs resultaran visibles ante la ciudadanía. Los medios nacionales y provinciales se hicieron eco de la situación a través de titulares que hacían hincapié en la racialización naturalizada sobre los cuerpos -al parecer ‘descartables’- de estas familias trabajadoras, cuya salud no parecía importarle a nadie: “Abandonados como perros”, “vendimia del descarte”, fueron algunas de las expresiones utilizadas para cubrir la noticia.
Ante la falta de respuesta de las autoridades fueron las organizaciones sociales y de derechos humanos quienes tendieron una mano de solidaridad a partir de la provisión de comida, abrigo y elementos de higiene para lxs trabajadorxs varadxs. Junto a la presión ejercida a los gobernadores a través de la presentación de notas y de la difusión de esta situación en las redes sociales para exigir la elaboración de un plan de contingencia destinado a atender este conflicto. Estos reclamos permitieron incluir semanas más tarde a ‘los golondrina’ dentro del operativo ‘regreso seguro a casa’ lanzado por el Ministerio de Turismo para atender la situación de lxs turistas.
Como en Mendoza y dado que las actividades relacionadas a producción, distribución y comercialización agropecuaria quedaron exceptuadas del aislamiento social preventivo, en Río Negro las tareas de cosecha se desarrollaron en forma habitual. En este caso, la recolección de frutas se extendió incluso durante el mes de abril, por lo que fue necesario que los organismos estatales establecieran medidas preventivas que obligaran a las empresas a proveer a lxs trabajadorxs de elementos de seguridad –guantes, barbijos, anteojos de protección– y de higiene -como agua, jabón y toallas de papel descartable para el secado-. También para el traslado de trabajadorxs durante la cosecha se difundieron requisitos de higiene como la desinfección de los vehículos antes y después de cada viaje y el respeto de un número adecuado de ocupantes, de modo que se garantizara el distanciamiento mínimo. Sin embargo, rápidamente se difundieron las denuncias por el no cumpliendo de estas mínimas condiciones de trabajo en el marco de la declaración de la pandemia.
Las posibilidades de regreso a sus provincias de origen durante fines de marzo y en el mes de abril se vivieron con incertidumbre, y se instó a las empresas a no dejar que lxs trabajadorxs salgan de los predios. Sin embargo, desde la entidad gremial se difundió el riesgo de que “quieren subirlos a un colectivo y que queden varados en otra provincia y no hacerse cargo”. El Gobierno Provincial propuso desde la coordinación con el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación un retorno escalonado y progresivo, lo cual implicó que lxs trabajadorxs permanecieran más tiempo en sus lugares de trabajo, expuestxs a condiciones de precariedad y de riesgo sanitario. El regreso fue enmarcado en protocolos de monitoreo, como el establecido por el gobierno de la provincia de Tucumán. Estas condiciones fueron promovidas para lxs trabajadorxs que poseen contratos de trabajo y se movilizan por empresas de transporte autorizadas. Sin embargo, es frecuente la circulación de grupos de cosechadorxs sin formalización laboral, lo cual redunda en una incertidumbre de regreso. En la provincia, organizaciones sociales han estado pendientes de las posibilidades de la resolución de estas situaciones a lo largo de los valles irrigados e incluso cobijando a trabajadores de origen boliviano que habiéndose trasladado a Mendoza por la cosecha y frente a la imposibilidad de poder volver a su país, llegaron a la región para permanecer con familiares o conocidxs.
A su vez, a medida que estxs trabajadorxs iban retornando a sus provincias de origen fueron interpelados como responsables de poner en riesgo de contagio a la población local. En algunos casos, representantes del poder político de las provincias marcaron a estxs trabajadorxs y sus familias como “delincuentes”, culpabilizándolos de su situación de desesperación ante el desamparo y de “hacer cualquier cosa” por regresar a sus hogares. Nuevamente estas personas fueron estigmatizadas, negadas e invisibilizadas como trabajadorxs migrantes, naturalizándose las condiciones en que migran y trabajan. Una naturalización que expresa una racialización hacia sus cuerpos, concebidos únicamente como mano de obra disponible.
Vemos así que aunque la pandemia es un problema global, lejos de afectarnos a todxs por igual, ha permitido visibilizar de modo brutal las desigualdades locales y regionales. En las regiones de acogida, el Covid 19 finalmente ha ‘destapado la olla’ para exhibir con contundencia el prejuicio patronal que califica a estxs trabajadorxs simplemente como mano de obra barata. Estas condiciones laborales responden a la falta de políticas activas para atender a este segmento de trabajadorxs y a una postura estatal de ‘pasar por alto’ la informalidad laboral que históricamente presenta el sector. Por lo tanto, aún cuando se reconoce la necesidad del aporte de mano de obra extralocal para levantar las cosechas de las economías regionales, los circuitos migratorios por los que se obtiene dicha fuerza de trabajo y las condiciones en las que viven y trabajan lxs migrantes, quedan generalmente en el terreno de la inacción estatal y en el reforzamiento de condiciones de alta vulnerabilidad.
Recuperar las trayectorias y experiencias de movilidad de lxs trabajadorxs y de sus familias, permite poner de relieve que nos encontramos frente a actorxs dinámicxs que no fueron contempladxs inicialmente por las medidas de aislamiento. Las diversas estrategias que lxs trabajadorxs y sus familias despliegan con el objetivo de reproducir sus vidas, implica no situarlos exclusivamente como sujetos de “asistencialismo” que precisan con urgencia de la injerencia estatal. Si bien esto es real en el contexto de aislamiento, con este breve escrito procuramos superar las lecturas victimizantes sobre estxs actorxs socialxs, para rescatar la importancia que revisten sus prácticas de movilidad y el aporte en trabajo que realizan tanto en los contextos de origen como en el de aquellas economías regionales a dónde se dirigen estacionalmente para trabajar. Atender sus históricas demandas requieren de políticas urgentes no sólo en el marco de la pandemia.
Verónica Trpin (IPEHCS-CONICET-UNCo), Soraya Ataide (ICSOH-CONICET-UNSa) y Marta Silvia Moreno (INCIHUSA-CONICET-UNCuyo)
REFERENCIAS
Bendini, M. I., Steimbreger, N. G. y Radonich, M. M. (2009) “Opacidad histórica y relevancia social: la migración estacional en un contexto modernizado”, en 9 Congreso Nacional de Estudios del trabajo ASET, FCE, UBA, Argentina.
Bendini, M. I., Steimbreger, N. G. y Radonich, M. M. (2011). Continuidad y relevancia de un proceso histórico: los trabajadores golondrinas. XI Jornadas Argentinas de Estudios de Población. Asociación de Estudios de Población de la Argentina, Neuquén.
Bendini, M. y Lara Flores, S. M. (2007). Espacios de producción y de trabajo en México y Argentina. Un estudio comparado en regiones frutihortícolas de exportación. Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios N ° 26 y 27, 1er y 2do semestre.
Benencia, R. y Aparicio, S. (coords.). (2014). Nuevas formas de contratación en el trabajo agrario. Buenos Aires: CICCUS.
Manzanal, M. (2010). Desarrollo Poder y dominación. Una reflexión en torno a la problemática del desarrollo rural en Argentina. En M. Manzanal y F. Villarreal (Org.) El desarrollo y sus lógicas en disputa en territorios del norte argentino. Ciudad de Buenos Aires: Ediciones CICCUS.
Sabalain, C. y Reboratti, C. (1982). Vendimia, zafra y alzada. Migraciones estacionales en la Argentina. En Lattes, A. (comp.) Migración y desarrollo. Serie Población 6. Buenos Aires. CLACSO.
Salvia, A.; Fachal, M.; Roblez, R., (2016). Estructura social del trabajo. En Piovani, J. I. y Salvia, A. (coords). La Argentina en el siglo XXI. Cómo somos, vivimos y convivimos en una sociedad desigual (pp. 113-146). Buenos Aires, Ed. Siglo XXI.
Tarrius, A. (2000). Leer, describir, interpretar las circulaciones migratorias: Conveniencia de la noción de territorio circulatorio. Los nuevos hábitos de la identidad. Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXI, núm. 83, El Colegio de Michoacán, A.C Zamora, México.
Trpin, V., y Pizarro, C. A. (2017). Movilidad territorial, circuitos laborales y desigualdades en producciones agrarias de Argentina: abordajes interdisciplinares y debates conceptuales. REMLU (Revista Interdisciplinar da Mobilidades Humana) N°25, 35-58.